profesora universitaria, experta en comunicación y educación digital en Educación digital para familias
Sabemos que cuando somos padres, tenemos el derecho-deber de carácter obligatorio, irrenunciable, imprescriptible e intransferible, de sostenimiento, educación, formación y desarrollo de nuestros hijos. Es lo que se conoce como la patria potestad.
Y esta obligación legal y moral, también contempla el orden o ámbito de las nuevas tecnologías, incluyéndolas como un apartado más de la educación general que se procura al menor.
Según el último informe de Gaptain, en España, el 80% dice que les han hablado en casa y en el colegio de los posibles riesgos derivados del mal uso de Internet, sin embargo, el 72% afirma saber más de Internet que los adultos. Hay mucha diferencia entre lo que los adultos entendemos por contenido inadecuado y lo que entienden los menores, para ellos, contenido inadecuado es: peleas, sangre, maltrato a animales, guerra, cosas de miedo, desnudos, racismo, burlas a otros, anuncios y publicidad, contenido falso y burlas a otros. En primaria, el 18% del alumnado afirma que ha visto contenido sexual en Internet, mientras que en secundaria la mayoría ha accedido a contenidos para adultos alguna vez; además, el 65% de los alumnos de primaria manifiesta que le gustaría pasar más tiempo con su familia cuando están en Internet y que, a menudo, se sienten solos en este aspecto (24%).
Sabemos que existen riegos en la Red, sí. Pero no podemos olvidar que, además de nuestro deber de proteger a nuestros hijos y velar por su seguridad, éstos también tienen sus derechos: el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen (artículo 3 de la Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo), por lo que ante el establecimiento de los 14 años como la edad de madurez de nuestros hijos, sería necesario su consentimiento para acceder a sus mensajes y contenidos.
Es el proceso por el cual los responsables del menor acompañan a éste en su proceso de alfabetización digital, le educan para que realice un uso responsable y seguro de las nuevas tecnologías y velan para impedir que los riesgos de la tecnología se materialicen y en caso de ocurrir, ofrecer soluciones.
Y los controles parentales son, dentro de esta mediación parental, las herramientas que utilizamos (apps, plataformas, filtros) para monitorizar la actividad digital de nuestros hijos y controlar los riesgos que pueden encontrar en la red. Dentro de las acciones específicas que presentan la mayoría de servicios, destacan:
Tenemos diferentes fórmulas y podemos elegir la que mejor se adapte a nuestra familia y/o nuestros hijos: desde los filtros o limitaciones que podemos programar en el router de casa; los ajustes en los propios dispositivos que proporcionan los sistemas operativos, como Family Link de Google o En Familia de Apple; software que tiene funcionalidades de control parental, como los antivirus; controles en tu navegador web y aplicaciones para dispositivos, con versión web para su configuración.
Todas estas aplicaciones son especialmente útiles y eficaces cuando los niños son más pequeños, es decir, cuando como padres decidimos dar un Smartphone a nuestro hijo o hija con 7, 8 o 9 años, ya que por edad sabemos que no tienen la madurez para asumir ciertas responsabilidades y, posiblemente, todavía no hemos podido tener las suficientes conversaciones en casa. Por ello, tener unas herramientas tecnológicas que nos ayuden a poner filtros, a limitar contenidos peligrosos o inadecuados, a limitar tiempos y a bloquear publicaciones, puede dar seguridad y tranquilidad a las familias que, además sientan que no tienen adquiridas las suficientes competencias digitales.
Pero debemos tener siempre claro que tener un control parental nunca debe excluir la supervisión y el control real de los padres y madres.
Pues como es lógico, si a un niño o niña de 14 años, en plena ebullición adolescente, le decimos que le vamos a poner un control parental que le va geolocalizar, va a leer todo lo que publique en Internet, va a limitar las horas de la WIFI… pues por mucho que intentemos decirle que “es por tu bien, para protegerte”, o bien se niega a darnos el móvil, o en cuanto nos descuidemos, habrá abierto un tutorial en Google para saltarse el control parental: sí, no subestimes a tu hijo, aunque no lo creas, a veces puedes tener un pequeño genio en casa merecedor de una beca para el MIT.
El acompañamiento. Si solo vigilamos y controlamos, nuestros hijos se sentirán ‘espiados’, como si les hubiéramos instalado un spyware en sus dispositivos, pero si les explicamos el por qué de cada cosa, supervisamos, lo hablamos, compartimos nuestra experiencia, nuestros propios fallos y errores, lo que vamos aprendiendo, se sentirán parte del proceso.
Si nos apoyamos en los controles parentales, o solamente en ellos, será difícil. ¿Por qué? Porque nuestros hijos no verán vídeos de Youtube o chatearán con sus amigos a las dos de la mañana porque es el control parental el que les corta la WIFI, no porque entiendan que el uso de las pantallas por la noche afecta a la visión y altera el sueño; el día que, en casa de un amigo, en el colegio o con otro dispositivo se encuentren con porno, no nos lo dirán, porque como nos sentimos seguros que con los controles nunca les va a salir contenido inapropiado, no hemos hablado de ello en casa y no les hemos explicado por qué su consumo, a su edad, les puede afectar negativamente.
Por tanto, nuestro objetivo siempre ha de ser educar. Educar y formar, y cuanto antes mejor, para que nuestros hijos acaben teniendo unos conocimientos, unos recursos, un espíritu crítico, y acaben siendo autónomos en su vida digital. Y para esto, lo mejor es conversar, hablar mucho en casa, normalizar la tecnología, hablar de riesgos, pero también de oportunidades, convertirnos en los mejores referentes para nuestros hijos, con y sin tecnología.
Porque sí, el mejor control parental para nuestros hijos siempre seremos nosotros, sus padres.