Podría haber una respuesta inmediata a esta pregunta y esa respuesta sería “no”. Si las cosas siguen como hasta ahora, los menores no podrán alcanzar un equilibrio digital. Y la razón somos nosotros, los adultos. Las plataformas y los algoritmos tienen parte de responsabilidad, pero fundamentalmente es un tema nuestro.
Febrero es el mes del Día de Internet Segura (Safer Internet Day #SID2025). Esta jornada internacional, organizada por Insafe/INHOPE con apoyo de la Comisión Europea, conciencia para construir no solo una Internet mejor y más segura, a través del uso responsable, respetuoso, crítico y creativo que todos -niños y jóvenes especialmente- hagamos del mundo digital. Aprovechando la fecha, hoy hablamos de equilibrio digital.
El ‘equilibrio digital’ se refiere a la capacidad de usar la tecnología de manera consciente y controlada, evitando que interfiera negativamente en otras áreas de nuestra vida. Implica saber cuándo desconectar, establecer límites y tratar de que el tiempo dedicado a actividades digitales sea moderado, productivo y enriquecedor, no solo pasivo. Trabajar activamente por mantener este equilibrio es clave para disfrutar de un mayor bienestar, pero, en un mundo en el que lo digital lo permea todo, no resulta sencillo.
En el caso de los menores, es imposible que alcancen un equilibrio digital si, desde que son pequeños, sus adultos de referencia adquirimos la inercia de permitir que accedan a dispositivos o entornos digitales sin tener en cuenta la configuración de los primeros, los contenidos en los segundos o el grado de autonomía del menor en cuestión. Si los menores crecen con la tableta a mano, cual chupete, o entretenidos con pantallas como estímulo constante, o acostumbrados a calmar el aburrimiento con un móvil… si llegan a la adolescencia y la atraviesan haciendo un uso indiscriminado y no acompañado de smartphone, redes o apps… el equilibrio será prácticamente imposible. Si el menor además se acostumbra a tomar decisiones sobre su vida digital sin la implicación de un adulto, los potenciales riesgos de esa híper-conexión tendrán más posibilidad de convertirse en daños.
Es imposible también que alcancen el equilibrio si, desde que son pequeños, sus adultos de referencia trasladan constantemente que “lo digital” es lo que hace que todo sea peor, o si prohíben toda tecnología conectada para favorecer solo lo analógico en aras de una protección pluscuamperfecta. Habrá mucha desconexión y mucha ‘vida real’ de la de antes de Internet, pero no necesariamente aprendizaje sobre cómo equilibrar lo de antes con lo de ahora. Habrá en algunos casos uso de pantallas a escondidas y se perderán, seguro, oportunidades de acompañar.
Será también imposible que los menores alcancen un equilibrio digital si los adultos, permitiendo o prohibiendo, no entendemos la tecnología que nosotros mismos utilizamos o que permitimos que ellos usen. ‘Entender la tecnología’ es mucho más que conocer los peligros; es saber protegerse y cuidarse, disfrutar con conciencia.
Según los diccionarios, equilibrio es “ecuanimidad, mesura y sensatez en los actos y juicios” o “contrapeso, contrarresto o armonía entre cosas diversas”. Es decir, equilibrio (digital o de cualquier tipo) consiste en ser capaces de que el tiempo que dedicamos a distintas actividades esté repartido, no caiga en exceso de un lado u otro. Equilibrio será estudiar, pero también hacer deporte, hacer deporte, pero también salir con amigos, salir pero también estar en casa leyendo, leer pero también disfrutar de no hacer nada.
Los menores no nacen sabiendo equilibrar. Cuando son pequeños, si algo les gusta, quieren repetirlo en bucle. Cuando llegan a la adolescencia, retar las normas forma parte casi biológica de su conducta. Nos necesitan para equilibrar.
El problema es que, con lo digital, los adultos no sabemos enseñar a equilibrar. Tendemos a hablar de “equilibrio digital” en términos de sí o no, o en términos de tiempo medido con reloj. Si una niña de 5 años nunca mira una pantalla o la mira poco será bueno; si una chica de 15 años no tiene móvil o lo mira poco tiempo será bueno. Y lo contrario -demasiado pronto, mucho tiempo- será malo. “Dar buen ejemplo es que mis hijos no me vean usar mucho el móvil”.
Todo esto tiene parte de verdad; estamos constantemente conectados, ya sea para trabajar, comunicarnos o entretenernos, y es fácil perder la noción del tiempo que pasamos frente a una pantalla. La solución, la que puede conseguir que lo imposible se torne posible, es aprender a enseñar a equilibrar.
Con el ejemplo. Equilibrar nosotros en primer lugar. Equilibrio no es solamente no utilizar pantallas delante de nuestros hijos. Es también utilizar tecnología delante de ellos, con intención, propósito y términos medios. Es dar ejemplo aprendiendo sobre cómo funciona la tecnología, cómo nos afecta, cómo se configura para que no nos afecte demasiado mal. Es asumir nuestro papel responsable en las decisiones de vida digital que tomamos.
Con el mensaje. Hay que seguir hablando del tiempo que dedicamos a utilizar la tecnología, para que nuestros menores interioricen que tiene que haber un poco de todo (no solo un mucho de algo). Hay que hablar también del tipo de actividad: no es lo mismo scroll infinito en redes, que aprender a tocar la guitarra viendo tutoriales o siguiendo un curso en línea. Hay que hablar también del impacto de la actividad digital: no es lo mismo pantallas convirtiéndose en la única fuente de ocio, que pantallas complementando a otros tipos de ocio analógico.
Con la implicación, a tres niveles:
Equilibrio en cuanto a hábitos alimenticios empieza con nosotros, padres y madres. Un menor será más consciente de la importancia de una alimentación equilibrada en función de los alimentos que haya en la cocina, de lo que se coma en familia, de lo que escuche en casa sobre el valor de la nutrición, de las experiencias y las circunstancias de su hogar.
Exactamente lo mismo sucede con la tecnología y el equilibrio digital.
Que los menores alcancen el equilibrio digital no es solo cuestión de minutos, y no será posible desde los extremos, desde las inercias o los simplismos.
El mejor momento para empezar a implicarnos es ahora. Yo apuesto por una visión optimista. ¿Tú?