El 2 de mayo se celebra el Día Mundial contra el Bullying, un problema social histórico que en la actualidad se vuelve aún más complejo con la convivencia entre seres humanos y tecnologías digitales. El acoso ya no solo ocurre en el aula o el patio: ahora también sucede entre pantallas, dando lugar al ciberbullying, que amplifica el daño y extiende su alcance.
Antes de seguir, es conveniente aclarar una confusión común: el bullying como tal se refiere específicamente al acoso escolar. Es decir, no todo es bullying; más allá de que el término se haya popularizado en los últimos años y se lo apliquemos a cualquier acto de hostigamiento (por ejemplo, entre adultos). El ciberbullying, por su parte, refleja cómo nuestras conductas sociales migran a los entornos digitales, donde a menudo se intensifican.
Cabe destacar que, con el correr de los años y ante el aumento de casos y de datos estadísticos sobre el bullying y el ciberbullying, se han elaborado una serie de protocolos, documentos y recomendaciones para prevenir esta problemática y reparar sus consecuencias. Desde iniciativas institucionales o de diferentes organizaciones, hasta campañas de sensibilización.
Un contexto nuevo: más digitalización, más complejidad
Ahora bien, cabe analizar el momento histórico en el que se celebra este año la lucha contra el acoso. Desde la pandemia, vivimos una creciente digitalización de la experiencia humana, cuyas consecuencias aún estamos intentando entender. La salud mental, la soledad y el aislamiento de infancias y juventudes y el crecimiento de la violencia entre pares (algo que se refleja de manera aguda en la popular miniserie a nivel global: “Adolescencia”), forman parte de la vida cotidiana de las comunidades educativas y del debate público.
Desde Faro Digital, observamos dos fenómenos que corren a la par:
Las redes no son solo herramientas: son territorios sociales
¿Cómo comprender estas nuevas realidades y trabajar en contra de la violencia?
Para enfrentar estos desafíos, lo primero es comprender que las plataformas digitales no son neutrales: no son solo herramientas, sino que son territorios sociales, tienen lógicas, algoritmos, intereses y valores que afectan en la manera en que convivimos.
Por otro lado, es necesario volver a lo básico, rescatar cuestiones esenciales de la convivencia como son la escucha, la pregunta y el diálogo. Parecen cuestiones obvias que, sin embargo, muchas veces escasean por lo que podemos comprobar en los testimonios que recibimos en talleres sobre “convivencia digital” por parte de niños, niñas y jóvenes. En ellos, escuchamos con frecuencia frases como: “En casa no hablamos de lo que me pasa en Internet”; “mis padres están todo el día con el móvil y luego me dicen a mí que lo uso demasiado”; o “cuando les intento contar a mis padres un problema que tuve en redes, no le dan importancia”.
La clave está en los adultos: no hay acompañamiento sin ejemplo
Por tanto, si realmente queremos luchar contra la violencia en todas sus formas, más allá de planificar acciones en donde los destinatarios sean niños, niñas y jóvenes, tendríamos que empezar a poner el espejo sobre nosotros mismos, los adultos, quienes seguimos siendo sus ejemplos y referencias. Por un lado, en la manera en que tratamos a los demás. Por otro, en la forma en que usamos nuestras propias pantallas (¿acaso no somos también nosotros usuarios intensivos de tecnología?). Y, por último, en el gran ausente: el acompañamiento y el cuidado de niños y niñas en Internet. ¿Alguna vez les preguntamos cómo les fue hoy en las redes?, ¿sabemos qué plataformas, aplicaciones o herramientas utilizan o simplemente controlamos el tiempo de uso sin escuchar lo que ocurre en cada una de ellas y cómo se sienten?
No hay lucha contra el bullying sin una revisión profunda de lo que hacemos los adultos. Porque más allá de planes y protocolos, lo que más necesitan los niños, niñas y adolescentes es acompañamiento y escucha.