Inicio Impulso digital Acción ambiental Plataforma educativa
Manos sujetando una bola del mundo

Adolescentes, adicción y tecnología: el diálogo necesario

José César Perales

Catedrático de Psicología, Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento, Universidad de Granada.

Recientemente se ha generalizado la idea de que los dispositivos digitales conectados son adictivos, y que ese poder adictivo está impactando negativamente en la salud mental de los adolescentes. Con esa opinión de fondo, resulta difícil no dejarse arrastrar por el miedo.

 

El miedo es, sin embargo, mal consejero. Sin duda, algunos adolescentes hacen un uso inadecuado de sus dispositivos digitales, pero afirmar que este es consecuencia de una adicción implica más de lo que parece. Primero, asumir que la explicación es parecida a la que damos al consumo excesivo de alcohol en una persona que padece alcoholismo, o a apostar en exceso en una persona que sufre ludopatía. Segundo, que la forma de abordar esos problemas debe ser parecida. Con la evidencia disponible, ambas afirmaciones conducen por un camino equivocado.

Qué lleva al uso inadecuado de la tecnología 

Las sustancias adictivas operan sobre nuestro cerebro de forma razonablemente bien conocida, y son adictivas en parte porque generan cambios anómalos en ciertos circuitos relacionados con la motivación y la recompensa. Dicho de otro modo, las drogas de abuso (y el juego de azar) son intrínsecamente adictivos.

 

Las aplicaciones digitales producen los cambios en el cerebro que producen cualesquiera otras actividades que practiquemos con asiduidad, como el ajedrez o aprender ciertas habilidades. Ninguno de estos cambios es fisiológicamente anómalo. La idea de que ciertas actividades online provocan una ‘descarga’ anómala de dopamina, o de que sea bueno someterse a ‘detox’ de dopamina, carece de base científica.

adolescente%202

El uso inadecuado de redes sociales y videojuegos debe verse más como un síntoma. Estas actividades se convierten con frecuencia en actividades ‘refugio’ que permiten lidiar temporalmente con emociones complejas y con la falta de ciertas habilidades sociales y emocionales.

 

Es cierto que su accesibilidad permanente y algunas características de su diseño pueden favorecer ese proceso, dificultando que monitoricemos adecuadamente cuánto tiempo acabamos usándolas. Además, estos dispositivos permiten usar el propio comportamiento del consumidor para perfilar los contenidos que muestra. Esta personalización guiada por algoritmos puede indirectamente aprovecharse de ciertas vulnerabilidades (como trastornos afectivos o de la conducta alimentaria) y dirigir a esas personas vulnerables hacia contenidos que pueden resultarles dañinos. Esas características deben ser adecuadamente reguladas y legisladas.

Los objetivos de la prevención y el tratamiento

La otra diferencia importante entre las drogas y la tecnología es determinar a qué aspiramos. En menores y en personas rehabilitadas o en proceso, se aspira al ‘consumo cero’, o al menos a reducirlo lo máximo posible. El consumo de sustancias en menores es siempre indeseable, como lo es la posibilidad de una recaída en una persona que ha sufrido una adicción.

 

En el uso problemático de dispositivos se debe aspirar sin embargo a un uso equilibrado, pero la abstinencia completa ni es deseable ni es seguramente posible. De hecho, existe evidencia que sugiere que la conectividad puede tener incluso un efecto protector sobre la salud mental en determinadas circunstancias. La abstinencia completa entraña un alto coste (como el aislamiento o internamiento temporal) que, en ciertas ocasiones, es necesario asumir para conseguir la recuperación de la persona adicta. En el caso de las ‘adicciones digitales’ no ha demostrado ser necesario o eficaz.

 

Hombre con bici en la calle hablando por un móvil

Cómo abordar los problemas con el uso de la tecnología

 
  1.  Cuando se sospecha que un adolescente abusa de la tecnología es importante entender que ese uso cumple una función. Suele ser equivocado atribuir al dispositivo la responsabilidad principal.
  2. Ninguna persona adicta piensa que la sustancia a la que es adicta ‘es muy importante en su vida’. Sin embargo, las personas que hacen un uso excesivo de la tecnología lo hacen porque a través de ellas acceden a algo que estiman. Difícilmente se podrá sustituir esa actividad por otras si no se ofrecen vías alternativas para alcanzar esas metas.
  3. La realidad digital es una prolongación de la realidad presencial, y en ella se desenvuelven dinámicas comunicativas y sociales complejas. Esas dinámicas pueden ser nocivas, como pueden serlo las que ocurren cara a cara, y su análisis es ineludible si se quiere corregir su curso.
  4. No hay un número de horas que nos indique que un adolescente está haciendo un uso problemático. La señal de alarma es el deterioro social, afectivo y emocional de la persona, y este puede ocurrir con un número de horas relativamente pequeño en unos casos, y no ocurrir con un número grande en otros.
  5. En ningún caso los problemas con el uso de la tecnología se van a solucionar solo con medidas restrictivas. Esas medidas pueden ser necesarias (no solo en tiempo, sino también en actividades y contenidos adecuados al nivel de desarrollo y madurativo) y siempre deben acompañarse de alternativas que respeten y se adapten a los valores y las metas de la persona.
  6. En caso necesario, solicitar ayuda, y aceptar que la atención profesional va a requerir cambios en aspectos de la vida en familia que van a ir más allá del uso de los dispositivos. 
Hombre con bici en la calle hablando por un móvil