La tecnología al servicio de la ciencia

Hay muchas maneras de contar la historia de la humanidad en estos últimos milenios. Una muy interesante es intentar seguir la manera en la que nuestra especie ha hecho avanzar la ciencia hasta límites insospechados.

Al principio, la ciencia fue esencialmente empírica: el conocimiento se adquiría de manera experimental, observando o interactuando con la naturaleza misma. Los objetos caían, el fuego quemaba, las estrellas brillaban… hasta que, hace unos pocos siglos, las matemáticas florecieron y permitieron expresar de manera objetiva, muchos de los conocimientos adquiridos durante siglos: Newton, Kepler, Maxwell, y tantos otros permitieron que la ciencia se hiciera adulta, las matemáticas explicaron fenómenos observados desde hacía milenios, y a través del método científico se produjeron avances históricos en muchas disciplinas.

Y luego llegaron los ordenadores. Primero muy modestos, capaces de hacer unas pocas operaciones matemáticas cada segundo. Luego mucho más rápidos, aprovechando el auge de la microelectrónica para meter en nuestros bolsillos grandes computadores. La existencia de estas tecnologías permitió que la ciencia computacional fuera una realidad durante la segunda mitad del siglo pasado, y añadimos los ordenadores como una herramienta más para resolver intrincadas ecuaciones matemáticas y saber más del mundo en el que vivimos.

En estos últimos años, la multitud de datos disponibles nos ha permitido dar todavía un paso más: entrenar grandes algoritmos de inteligencia artificial, que son capaces de esbozar modelos del mundo que nos abren la puerta a nuevos descubrimientos inimaginables hace unos pocos años.

España, líder en supercomputación

Llegados a este punto, no hay país que se precie que no esté invirtiendo ingentes cantidades de dinero en sus propias capacidades de supercomputación: desde la medicina hasta la física, pasando por la ingeniería o incluso las ciencias sociales, es cada vez más difícil trabajar en la frontera del conocimiento sin tener acceso a enormes máquinas, que permiten cálculos lejos del alcance de generaciones enteras de humanos.

Por este motivo, la inauguración del Marenostrum 5, el pasado mes de diciembre de 2023, tiene que ser un gran motivo de orgullo para todos. Es una máquina increíble, impensable hace unos pocos años, capaz de hacer unas 300.000 millones de millones de operaciones matemáticas cada segundo: uno solo de sus miles de chips acelerados es dos veces más potente que todo el primer Marenostrum, que instalamos en 2004, y que ocupaba la friolera de 150 m². En 20 años, nos hemos puesto todo esto en nuestro bolsillo.

Toda esta gran capacidad de cálculo permite a España liderar el escenario europeo en estas tecnologías y, sobre todo, permite a nuestros científicas y científicos seguir empujando la frontera del conocimiento.

Un mundo de posibilidades impulsado por la tecnología

Podemos referirnos al diseño de nuevos fármacos, a la simulación aerodinámica de nuevos vehículos, a las mejores predicciones climáticas o a generar gemelos digitales de órganos de nuestro cuerpo para facilitar el trabajo a la medicina del futuro. Todos estos avances serán posibles gracias al talento que reside en nuestro país, pero también a este gran instrumento del cual podemos disfrutar en el mayor centro de supercomputación de Europa, el Barcelona Supercomputing Center.

Un gran sueño de la ciencia es la creación de gemelos digitales humanos, como mostramos en el proyecto Virtual Humans que podemos visitar hasta el próximo mes de mayo en el Espacio Fundación Telefónica en Madrid. Esta especie de avatares digitales humanos, para los que ya tenemos modelos a escala celular y de órganos, están permitiendo una nueva forma de entender la medicina mediante el análisis de datos médicos a través de la inteligencia artificial, simular tratamientos en tiempo real o predecir enfermedades de una manera mucho más rápida y precisa.

En un momento en el que la tecnología digital, y la inteligencia artificial en particular, genera inquietudes y hasta miedos, está bien recordar de nuevo algo fundamental: es obvio que hay riesgos, pero estas tecnologías son sobre todo una gran oportunidad. Sin ellas, nuestra ciencia quedaría muy mermada. Con ellas, seremos capaces de llevar mucho más allá nuestros descubrimientos científicos, y por ende, el bienestar futuro de nuestra sociedad.

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