Ezequiel Passeron
Comienza un nuevo año y con él nuevos propósitos y metas. Sin embargo, hay una que todavía arrastramos hace tiempo en el debe: la manera de crear hábitos digitales de manera saludable, responsable e integral.
La cultura digital se extiende cada vez más, con servicios y productos individualizados, hipersegmentados, on demand, a la carta del gusto del usuario/a. Esta característica central de las plataformas, por un lado, nos tiene cada vez más tiempo enganchados a las pantallas, y por otro, cada vez más aislados en nuestras burbujas y sesgos, lejos de quienes piensan distinto.
¿Qué consecuencias traen estos procesos?, ¿qué podemos hacer para contrarrestar sus efectos?
Las redes sociales de Internet son espacios sociotécnicos, como dice la académica Jose Van Dijck. Es decir, no son virtuales (no reales, según la definición de la RAE), sino más bien territorios que las personas habitamos para informarnos, comunicarnos con otras personas y relacionarnos con el mundo. Lo que pasa en Internet es real.
La Comisión Europea incorporó el concepto de sostenibilidad en su última declaración sobre la llamada Década Digital, como un horizonte a llegar respecto al uso de las técnicas y servicios digitales.
La investigación académica parece también apuntar hacia la misma dirección. El investigador británico de la Universidad de Monash (Australia) Neil Selwyn, utiliza el concepto de decrecimiento (degrowth) que indica la necesidad de rever y reducir ciertos usos digitales.
Es por eso por lo que cabe hacer un diagnóstico y evaluar: ¿cuáles son las acciones propias de la cultura digital que afectan a la sostenibilidad del uso social de las tecnologías digitales?
Ya se ha investigado mucho sobre el tema y cabe destacar los hallazgos de la periodista Mariana Moyano en su libro “Trolls S.A” en donde se pregunta y cuestiona cuánto de esta malicia corresponde a la manera de ser de la humanidad en general, y cuánto de la propia lógica de funcionamiento de las plataformas digitales.
“Hatear funciona” dicen estudiantes de los talleres brindados en Argentina y España por la ONG Faro Digital. Es decir, “tirar hate” (por envidia ante una publicación o bien por bronca al perder una partida en un videojuego, por ejemplo) a otras personas hace que esos comentarios se viralicen más, circulen de pantalla en pantalla y den mayor notoriedad a la persona (en el afán de viralizarse y ser más populares). Por tanto, la violencia entre pares es un fenómeno a tener en cuenta en todo ámbito: educativo, laboral, familiar; ya que estamos hablando de la forma en que nos vinculamos.
Y es que el derecho a la libertad de expresión vino de la mano del desafío de poder jerarquizar: un proceso cognitivo e intelectual que ante la abundancia de información aumenta su complejidad. Las Naciones Unidas hablan de integridad de la información para referirse al propósito de la educación mediática, materia cada vez más determinante en centros educativos para la formación de la ciudadanía digital.
Es el caso del consumo de pornografía mainstream y de apuestas online. Por un lado, cada vez a más temprana edad, los niños y niñas se topan con contenidos sexuales, muchas veces sin siquiera haberlos buscado, es decir, sin su consentimiento. Por el otro, las plataformas de videojuegos, a través de mecanismos como las cajas de recompensa (o loot boxes) aparecen como puentes para el acceso a sitios de apuestas en línea.
Estos dos asuntos poco a poco comienzan a estar en boca de madres, padres, cuidadores, docentes y directivos de escuelas, manifestando una gran preocupación y cierta impotencia para garantizar el cuidado y acompañamiento de los más pequeños en internet. Cabe señalar que ambos fenómenos no son aislados, siendo fruto de ciertas características comunes de la sociedad: la hipersexualización y la normalización de las apuestas en línea.
Como conclusión, señalamos la existencia de una problemática real y urgente de enfrentar: la hiperindividualización de la cultura digital on demand, instantánea y efímera. Cada vez nos encerramos más en nuestras burbujas informativas, imposibilitando el encuentro con personas que sean o piensen distinto a nosotros. Vivimos polarizados, convencidos de estar en lo cierto y cada vez más lejanos a convivir en la diferencia.
Aquí radica una de las claves para trabajar a nivel social: la necesidad de instaurar instancias de desconexión digital, en provecho del cultivo de nuevas formas de encuentro, en donde la pregunta esté en el centro, la escucha del otro sea la norma y el diálogo, la herramienta fundamental para establecer nuevos consensos.
Es por eso por lo que consideramos que los centros educativos (escuelas, institutos, universidades) siguen siendo esos espacios privilegiados, separados de los tiempos de la producción, para relacionarnos de una manera amorosa y cuidada con el mundo (y con las personas que habitan en él).