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Respuestas a tres preguntas fundamentales sobre adolescentes, tecnología y salud mental

María Zabala

En los últimos meses hemos oído o leído muchas cosas -más incluso de lo ya habitual- sobre menores y tecnología. Sobre el impacto de las pantallas en el aprendizaje, sobre los peligros de -y las soluciones al- acceso a contenidos inadecuados, sobre si el colegio es o no un sitio en el que tener smartphone, sobre si las redes son buenas o malas para su salud.

 

No cabe duda de que la digitalización de la sociedad ha cambiado muchas cosas, y sería ingenuo pensar que Internet, dispositivos o redes no afectan -para bien y para mal- al crecimiento, al aprendizaje, al ocio, a la salud o a la percepción propia y del mundo por parte de niños y adolescentes. Son muchas las voces que se alzan para hacer algo que proteja a los menores, y son también muchas las preguntas con difícil respuesta. De nuevo, se mezclan los debates y no siempre de forma coherente.

 

Primero: ¿por qué usan tanto los adolescentes sus móviles y las redes?

 

Los adolescentes afirman que están casi constantemente con el móvil al lado o consultando redes sociales. Si nos preocupa -no cabe duda de que nos preocupa-, profundicemos un poco, porque son varios los factores que influyen en ese 'constantemente'.

A nivel de desarrollo, es normal y apropiado que los adolescentes busquen una conexión con sus amigos y con otras comunidades, y que quieran hacerlo con frecuencia. Que lo hagan a través de la tecnología digital también es normal, porque estos son sus tiempos y no ganan nada siendo aleccionados por sus adultos sobre cómo 'todo era mejor, más auténtico y más seguro antes'.

 

El problema es que algunos de los entornos en los que hacen eso que es normal y hasta bueno para ellos, son productos y servicios diseñados y comercializados por compañías que, de cara a cumplir sus objetivos de negocio, no necesariamente ponen las cosas fáciles a sus usuarios más jóvenes. Cuanto más tiempo pasamos utilizando una app, más ganan sus propietarios por publicidad o por compras, así que se diseñan funcionalidades -creación de contenido, reducción de fricción o facilidad de scroll y cambio de contenido, refuerzos cuantificados como likes– o recomendaciones del algoritmo basadas en nuestra conducta digital.

 

 

Ante esto, una respuesta, más allá de permitir o prohibir. Nuestro deber como progenitores. La normativa europea derivada del RGPD establece que, por debajo de los 14 años, el menor no tiene edad legal para consentir en el tratamiento de sus datos y precisa del consentimiento adulto. Esto significa que no debería estar en redes sociales sin nuestro conocimiento y consentimiento. Y significa también que, por debajo y por encima de los 14 años, si nuestros hijos están en redes, necesitamos informarnos e implicarnos para entender -primeros nosotros, después ellos- de qué manera interactúa lo digital con lo analógico. Entender, al menos un poco, sobre cómo funciona la tecnología que permitimos que utilicen.

 

Segundo: ¿Son las redes sociales la causa del malestar adolescente y por tanto un peligro para la salud mental de mi hijo o hija?

 

La evidencia científica aún no ha podido demostrar que las redes sociales sean la causa de una aparente peor salud mental de los adolescentes. Sin duda, es un factor que influye; el debate es intenso, pero abierto. Influyen también otros factores: la edad, el carácter, las circunstancias del menor, el contexto familiar, escolar y social.

 

Quizá la mejor forma de ayudar sea entender qué aspectos de las redes sociales son los más problemáticos y conocer a nuestros hijos. Las redes sociales no son perjudiciales para todos los adolescentes ni les afectan de la misma manera. Los datos conocidos, sin embargo, confluyen en dos aspectos: cuanto más tiempo se dedica a las redes, mayor es el riesgo de sentirse mal, y cuando un adolescente está mal, tiende a pasar más tiempo en las redes sociales. 

 

Insisto: algunos adolescentes son más vulnerables que otros. El contexto familiar o el socioeconómico, la pertenencia a colectivos específicos, la salud mental o la vulnerabilidad en el mundo offline, el género... Todos estos aspectos y muchos otros marcan un punto de partida que hace que lo que los adolescentes vean o vivan en redes les afecte especialmente.

 

 

Las chicas experimentan cambios asociados a la pubertad antes que los chicos y su percepción de satisfacción con la vida empeora antes que en el caso de los chicos. Todo esto influye en su reflexión sobre bienestar y en su idea sobre cómo les afecta lo que viven en redes sociales.

 

Entre los 16 y los 21 años, los adolescentes que pasan mucho o muy poco tiempo en redes afirman sentirse peor. Y entre los 10 y 15 años, las chicas que pasan mucho tiempo en redes afirman sentirse peor que lo que expresan los chicos de la misma edad que también pasan mucho tiempo en redes.

 

El riesgo de problemas como depresión, autolesiones o trastornos alimenticios es mayor en ellas que en ellos. Los datos sugieren dos ventanas de tiempo en las que los menores son más sensibles a los efectos perjudiciales de las redes sociales -especialmente cuando se hace un uso intensivo de ellas-. En el caso de las chicas, la primera franja de vulnerabilidad se detecta entre los 11 y los 13 años. En cuanto a los chicos, se produce algo más tarde, entre los 14 y los 15. Y en ambos casos, hay otra ventana de vulnerabilidad en torno a los 19 años.

 

Toda esta evidencia se considera co-relacional. Es decir, no de causa-efecto, sino de asociación entre distintos factores de las vidas de estos adolescentes. Por ejemplo: menores y también adultos tienden a estar más en redes sociales cuando están deprimidos, o tristes. En este sentido, esa tristeza o depresión sería la causa del mayor uso de redes, y no una consecuencia del uso de las redes.

 

Salud mental de adolescentes con el móvil

 

Ante esto, una respuesta. Intentemos conocer al adolescente que tenemos en casa. Porque cómo se sienta y cómo sea, cómo viva lo que le sucede, será tan importante para su bienestar como lo que vea en redes. Observar, escuchar, hablar. Poner el foco no solo en la tecnología que utilizan (o no utilizan), sino en las personas que son.

 

Tercero: ¿entonces qué hacemos?

 

Solemos pensar en el uso de las redes sociales y en su relación con la salud mental en términos de tiempo o de contenido. Es a partir de esto que decidimos hablar de 'adicción' -demasiado tiempo- y peligro -por lo que ven-.

 

Necesitamos trascender esos conceptos de tiempo, de uso de Internet o de impacto de contenidos, para empezar a aplicar un enfoque más global y completo. Solo así se podrán encontrar medidas que potencien un cambio a mejor. Y ese enfoque tiene que basarse en otros conceptos, incluyendo:

 

  • Exposición, interacción o participación en entornos digitales: qué hacen nuestros adolescentes en redes. Porque no les afecta solo el contenido, sino también las conductas -propias y ajenas- y el contacto -con conocidos y desconocidos-.
  • Información y ayuda: cómo reconocen los adolescentes potenciales situaciones negativas y a quién recurren.
  • Sensibilidad y vulnerabilidad: qué hace que unos adolescentes estén expuestos a más riesgos que otros.
  • Sinergia online-offline: formas en las que la vida digital de un adolescente complementa, compensa o agrava la vida no digital -experiencias, acciones- de ese adolescente

Chicas adolescentes con el móvil y salud mental

 

Ante esto, una respuesta. Tomémonos en serio el Acompañamiento digital a nuestros adolescentes. Favoreciendo un acceso gradual y una autonomía progresiva. Hablando con ellos. Informándonos sobre configuración de dispositivos, perfiles o conectividad. Teniendo en cuenta la edad, pero también el carácter y el contexto. Leyendo los titulares contradictorios y polarizados, pero buscando siempre el equilibrio.