Jorge Flores
El ciberbullying o ciberacoso escolar está por desgracia presente en nuestras aulas desde que Internet es un espacio de socialización en sí mismo que atraviesa también los otros tres: la escuela, la familia y la comunidad.
En los últimos años, este problema ha dejado de ser casi exclusivo de la Educación Secundaria y se está dando con inusitada profusión también en los últimos cursos de Primaria, quizás reflejo de la más temprana e intensa vida digital de los escolares.
Las cifras que se manejan del fenómeno, en torno al 7%, dan para ubicar un caso en cada aula.
Simplificando mucho, podemos decir que el ciberacoso escolar es una forma de violencia ejercida de forma intencionada y reiterada que se realiza en o por medio del entorno digital. Aunque puede estar ligado al bullying tradicional, ser extensión, origen o consecuencia del mismo, presenta importantes diferencias con él, entre las que podemos destacar tres:
Las posibilidades para hacer daño usando Internet son amplísimas y cualquiera podemos sufrir violencia digital. De forma preventiva, poco se puede hacer. Intentar no entrar en conflictos e incluso no compartir espacios con personas que tengan tendencia a la violencia es una recomendación general, dentro y fuera de la Red.
Más allá de eso, la ciberseguridad y la privacidad son factores de protección importantes que pueden reducir el daño e incluso dificultar que el ciberacoso se inicie. En ocasiones, la oportunidad que surge por la facilidad es el único factor que determina que alguien se convierta en víctima. Por un lado, cuanto menos se sepa de alguien menos vulnerable es y, por otro, la ciberseguridad y la privacidad van de la mano. Son valores seguros por los que apostar.
No es nada fácil. Cambios en sus rutinas, falta de sueño y apetito, somatización, retraimiento, irritabilidad, disminución del rendimiento escolar, desatención de obligaciones… nada muy diferente a los síntomas que manifestaría cualquier otro problema. Esa intuición que tenemos los padres se debe activar siempre desde la observación y la proximidad. Más allá de eso, lo más efectivo es haber establecido un vínculo de confianza compartiendo actividades online con ellos en edades tempranas. Esta práctica nos permitirá identificar más fácilmente los primeros indicios, pero, sobre todo, generar esa complicidad que da compartir también el mismo lado de la pantalla y no solamente la confrontación que supone la lucha por moderar el tiempo de uso del móvil.
Hay que tener en cuenta que, en la inmensa mayoría de los casos, y aunque nos parezca extraño, las víctimas no piden ayuda. Su situación emocional es tal que incluso se sienten culpables y merecedoras de ese hostigamiento. No esperemos que nos lo cuenten, muy rara vez lo hacen y, en su caso, en etapas muy avanzadas.
Si tenemos la sospecha o incluso la certeza de que esto está ocurriendo, hay seis consejos fundamentales:
Habitualmente no nos hacemos esta pregunta porque consideramos que conocemos a nuestros hijos y que “son buena gente”. No obstante, detrás de cada víctima hay una o varias personas victimarias, luego tenemos cierta probabilidad de que, a pesar de que nos resulte extraño, nuestro hijo haya liderado o participado en un caso de ciberacoso escolar.
No es fácil asumirlo y a veces se niega la evidencia por la implicación emocional que conlleva. Sin embargo, tenemos que observar esta posibilidad. Al igual que nuestro hijo no se comporta de la misma manera en familia que con sus amistades, quizás su conducta en el espacio digital, normalmente bastante desconocida para nosotros, no sea siempre todo lo ejemplar que nos imaginamos.
La presión de sus iguales, la falta de percepción del daño causado… también pueden afectarle y conducirle a participar en estos episodios de violencia digital. En el caso de que nos refieran desde el centro educativo la posibilidad de que nuestro hijo haya hecho daño a alguien, es nuestra responsabilidad moral considerar la posibilidad de que sea cierto, sin sentirnos señalados ni ofendidos. Esta es una parte importantísima en la mejor resolución de un problema que está afectando a alguien como tu hijo o hija, con unos padres como tú.
Si se concluyera que, en efecto, tu hijo ha participado en el ciberacoso, es importante:
Sea como sea, el refuerzo de la empatía es siempre necesario en unas relaciones mediadas, y en ocasiones dificultadas, por pantallas. La empatía nos permite ver, padecer y, en consecuencia, compadecernos y activarnos contra cualquier forma de violencia digital.