María Zabala
Además de protagonizar titulares, el impacto de la tecnología sobre la salud mental de los adolescentes se ha convertido en asunto de promesa electoral, compromiso político y discursos varios. Es un tema controvertido y complejo, pero tendemos a simplificarlo.
Asumimos que la salud mental adolescente está hoy peor que nunca -aunque quizá nunca antes se analizó tanto como ahora- y asumimos también que las principales culpables son las redes. No el contexto social, ni el marco cultural, ni la situación familiar o escolar o personal. Las redes. Pero esas mismas redes son un componente central de la vida de los adolescentes -si las usan, claro-. Así que limitarse a proponer que no puedan utilizarlas o suponer que, si las utilizan menos tiempo, la deteriorada salud mental se convertirá en estupenda salud mental, resulta cuanto menos ingenuo.
Hablemos de las adolescentes, porque en ellas se centra buena parte de la inquietud general. La evidencia científica disponible sobre asociaciones entre el tiempo que las chicas adolescentes pasan en las redes sociales y los índices negativos de salud mental han producido hasta ahora resultados mixtos. La investigación generalmente sugiere una relación pequeña pero estadísticamente significativa entre el uso de las redes y la salud mental negativa (Valkenburg et al. al., 2022). Aunque se están realizando investigaciones sobre cómo, por qué y para quién el uso de las redes genera resultados positivos o negativos, está claro que las plataformas desempeñan un papel fundamental en la salud mental de las chicas, para bien y para mal.
Los beneficios incluyen:
Los riesgos incluyen:
La forma en que las adolescentes afrontan estos riesgos y beneficios difiere entre las distintas plataformas y está fuertemente ligada a las fortalezas o vulnerabilidades de las propias chicas, ya sea en función de sus identidades, características sociales o diagnósticos de salud mental pre-existentes.
Las características de diseño específicas de cada red social -tipos de uso, filtros, privacidad, algoritmos, curación de contenidos, etc.- pueden amplificar tanto sus riesgos como sus beneficios; algunas adolescentes son más vulnerables a su influencia y otras son más resilientes. La edad también influye; no es lo mismo una chica de 12 años -que quizá no debería estar en redes-, que una de 14 -que debería estar acompañada en ese uso-, o que una de 17 o de 18 años y 2 meses.
Hace pocas semanas, un estudio de la entidad norteamericana Common Sense nos hablaba de las chicas adolescentes y de cómo perciben el impacto de las redes sociales en sus vidas en general y en su salud mental en particular. Quiero destacar este estudio porque es de los pocos que, además de observar desde fuera la situación para después evaluarla y etiquetarla, da voz a las chicas para que expresen la (compleja) realidad de sus sensaciones diarias, en las redes y también en casa, en el colegio o en la calle.
Los hallazgos de esta investigación refuerzan lo que sociólogos e investigadores detectan una y otra vez a medida que realizan nuevos estudios: las adolescentes que ya están en riesgo de experimentar o que ya padecen problemas de salud mental también tienen más probabilidades de vivir situaciones negativas con las redes sociales. Pero esas mismas adolescentes tienen también más probabilidades de encontrar beneficios en las redes sociales.
El informe revela, en términos generales, que las experiencias y las sensaciones dependen de quien use la plataforma, de cómo emplee ese uso y de cómo esté en lo personal, familiar, escolar o social. A las chicas les agobian y les hacen sentir mal, por ejemplo, la sensación de tener que estar siempre disponibles, la comparación social entre la perfección ajena y la imperfección propia, los conflictos y ‘dramas’ del día a día. Encuentran experiencias negativas en relación con todo esto en TikTok (30% de las chicas), en Instagram (29%), en apps de mensajería (26%) y en la vida “real” (36%). Encuentran experiencias positivas también, de pertenencia, apoyo, descubrimiento y compañía: en TikTok (58%), Instagram (58%), apps de mensajería (56%)… y en la vida real (70%). Fijémonos, por favor, en los porcentajes. Una conclusión clara: lo “real” les regala más vivencia positiva. Otra conclusión, que también debería ser evidente: lo “real” y lo digital son fuentes paralelas de experiencias.
La conclusión fundamental es que las relaciones de las adolescentes con las redes sociales son complicadas. Por eso no podemos simplificar en el mensaje. Los riesgos detectados brindan sin duda una hoja de ruta para que la industria tecnológica tome nota y realice algunos cambios simples pero importantes en sus plataformas. Estos pasos cruciales podrían minimizar los impactos dañinos en la salud mental de las adolescentes y potenciar los beneficios de las redes sociales, especialmente para aquellas adolescentes que ya están lidiando con depresión u otras vulnerabilidades sociales. Y tanto las familias como la sociedad podemos también ayudar si, en lugar de aplicar al tema una mirada simplista, optamos por reconocer los matices.
Conocer a nuestras adolescentes podría ser un primer paso, muy por delante de permitir o prohibir que usen redes sociales.
El mayor avance, no obstante, lo alcanzaremos si, en lugar de solo HABLAR SOBRE el impacto de las redes en la salud mental adolescente, nos decidimos a HABLAR CON los adolescentes sobre su salud mental y lo que de verdad les aportan -bueno y malo- las redes sociales y las vivencias fuera de esas redes.